Todos experimentamos el fenómeno de estar rodeados por innumerables objetos tecnológicos. Desde el televisor o el teléfono móvil, hasta el auto o la computadora; incluso existen objetos a nuestro alrededor que ya pasan inadvertidos o peor aún, que los consideramos “parte” de la Naturaleza, como el agua en casa, los parques en la ciudad o los alimentos de origen transgénico.
Cada una de estas observaciones, desafía entonces el proceso de aprendizaje en el sistema humano, para categorizar y hacer posible la reflexión de los datos-captos que percibe en ellas.
Además sabemos, este proceso es absolutamente dependiente de la edad; es decir, su comportamiento varía a lo largo del tiempo.
Pero el sistema humano aprende a lo largo de su vida; desde el momento de nacer comienza a aprender, ya sea su lengua materna, las formas o la temperatura y así continúa hasta su muerte. Obviamente en este recorrido, puede atravesar o no, por un periodo de escolarización.
Independientemente a la existencia o no de dicho periodo escolar, la dinámica del aprendizaje en el sistema humano, no es de ninguna manera un asunto de temas particulares, de aprendizajes aislados y tampoco es una dinámica acumulativa ad-infinitum, por la cual conserva memoria de todos ellos y su uso.
Se trata de una dinámica que forma parte de su estructura total y por lo tanto sujeta al proceso de su entropía como sistema; es decir, que el aprendizaje en el sistema humano, se ve afectado por la propia entropía de su estructura orgánica, en consecuencia es omnipresente y tiene un comportamiento ondulatorio, no solo biológicamente en términos de señalización neuronal (bioeléctrica), sino también conductual de aprendizaje(uso)-olvido.
Esto solo significa que la frecuencia del natural ciclo aprendizaje-olvido está relacionada con la edad; así, la frecuencia del ciclo en un niño será más alta que en un adulto y más aún que aquella de un anciano. Los niños “absorben” todo conocimiento (este es el fundamento de la escolarización); la de los adultos es menor porque disminuyen su aprendizaje en pro de “enfocar” su conocimiento adquirido (es el fundamento productivo) y la de los ancianos es todavía menor, porque su aprendizaje deriva prácticamente en introspección para “equilibrar” sus conocimientos, para re-categorizarlos (este es el fundamento de la retroalimentación social).
Esto permite entender porque la coherencia operativa en los infantes es menor y sus umbrales de peligro o empatías son extremos, así como el caso contrario en los ancianos. Un fenómeno que explica por si mismo la razón de ser de la sociedad y la gran complementariedad que ocurre entre ancianos y niños.
Es obvio que esta dinámica, no son tres momentos específicos en el proceso de aprendizaje, sino simplemente una concatenación de frecuencias en un mismo individuo, que van de la aceleración a su ralentización conforme transcurre su edad; incluso este ciclo aceleración-ralentización puede ocurrir recurrentemente durante la vida del individuo; por ejemplo la introspección propia de la madurez asociada a los ancianos, puede ocurrir en un niño (ya lo he mencionado cuando hable de la orfandad); pero igual ocurre a partir de la complementariedad que he mencionado entre niños y ancianos, cuando un niño enseña a un anciano a utilizar la cmputadora, es decir, el anciano acelera su frecuencia para aprender.
Esta “onda transportadora” del aprendizaje humano gobierna lo que la humanidad entera aprende independientemente de donde habiten sus individuos, pero sobre todo y en tanto obligada a conservar su coherencia con el entorno; gobierna la autorregulación en la humanidad para garantizar tal coherencia. Así, lo que se aprende en Africa se sabrá en Canada y por lo tanto, las incoherencias las analizan todos y las corrigen todos.
Por eso, la evolución no es particular a los individuos, sino la biosfera en su integridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario