X. Horizonte

¿Cuantos y cuales?
Después de terminar la bitácora anterior, resulta obvio que en la mente emergen no uno sino lo que creemos son diversos horizontes; pero se trata de uno solo en el que confluyen diversas realidades.
Así por ejemplo, se divisan realidades nuevas tanto biológicas, como sociales y cognitivas.  
También la intuición dicta que tales realidades serán estables, con lo cual, la inferencia obvia es que deberán pasar antes por un periodo de adecuación o estabilización, entre la actual crisis que relata ésta bitácora y esa condición con la que se vislumbran.
El horizonte es, por lo tanto, esa frontera lejana de la cual, la realidad actual está separada por un páramo inmenso donde, se intuye, deberán ocurrir ciertas dinámicas que solamente si operan de manera sistemica, permitirán alcanzar dicha frontera. 
¿Un “horizonte” occidental o uno biodiverso?
El horizonte es entonces sin duda un horizonte evolutivo, en el más amplio significado del concepto evolución. 
Sin embargo, para Occidente este concepto es netamente homocéntrico y a partir de la teoría de la evolución propuesta por C. Darwin, cuenta con diversas interpretaciones “agregadas”; la principal, aquella que intenta conciliarla con la religión judeocristiana; por ello, la evolución en la comprensión occidental, en general se reduce al ámbito exclusivo de la biología y su visión epistemológica sobre el sistema humano como especie dominante. 
Por el contrario, en la mayoría de las culturas no-occidentales, particularmente en aquellas llamadas originarias, el tema de la evolución, adquiere un sentido más amplio en tanto está relacionado con la trascendencia conjunta del sistema humano y la Naturaleza, un sentido metafísico antes que científico.; tal es el caso de las culturas originarias de Sudamerica y su cosmogonía fundamentada en el culto a la Pachamama o de las doctrinas Orientales como la Advaita o el budismo mismo; todas ellas vigentes.
Por lo tanto y allende su nicho cultural, la evolución es una idea mundial, biodiversa, dispersa en el imaginario social y que en razón de ello, se convierte en una especie de directriz psíquica que impulsa las conductas humanas hacia aquello que suponen es una “mejora” para la vida. 
¿La ruta hacia el horizonte, una dinámica científica?
Ya sabemos que la ciencia ha acompañado el progreso del hombre desde que éste comenzó su historia evolutiva hace más de 100,000 años; sin embargo, en el pasado siglo XX ocurre por primera vez en su historia, un quiebre epistemológico por el cual, la ciencia se transforma en instrumento de alienación masiva a través de la industrialización.
La industria, tiene un solo objetivo: masificar
La industria masifica la expoliación de materias primas, la producción de bienes/servicios y el consumo. Consecuentemente la industria masifica ideología, es decir roles y funciones sociales. 
Y lo hace a través de masificar la operación de “ciencia aplicada”, es decir de sus productos de consumo. Así, toda la naturaleza deja de comprenderse en términos de necesidades ontológicas humanas y pasa a ser codiciada como fuente de materias primas para la producción de “signos” sociales que regulan globalmente, las aspiraciones y la movilidad social; en pocas palabras la estratificación social mundial. 
La alfabetización se vuelve estratégica, no para construir modelos mentales analíticos en función de las matemáticas, la física o la química, sino de modelos mentales operativos en función de los procesos industriales (automotriz, farmacéutico, petrolero etc). 
Incluso las ciencias sociales se transforman en fieles prosélitos de los intereses industriales y operan también en función de ellos regulando la propiedad industrial, las relaciones obrero-patronal o las instituciones de la tecnocracias.   
Por lo tanto la alfabetización mundial y su colofón científico-industrial, hoy solo pueden continuar su deriva natural hacia la creciente “diversificación” industrial; es decir completamente alejados de la ecología y por ello hacia la creciente vulnerabilidad multifactorial del sistema humano.   
¿La ruta hacia el horizonte, una dinámica metafísica?
Pero la ciencia, solo es un subsistema de la gnosis humana, quien a su vez es solo un subsistema de la Naturaleza (biosfera). 
Por eso, es erróneo considerar que la ciencia es la causa del quiebre ecológico relatado en esta bitácora, ya he mostrado que es su industrialización; la cual a su vez, está relacionada con la ideología, es decir, con las estructuras metafísicas de los poseedores del capital, que deciden que realidad construir y cual no.
Por lo tanto, resulta obvio que es ahí, en las estructuras metafísicas, tanto de los propietarios del capital como del resto de la población, donde se habrá de trazar la ruta hacia el horizonte.   
¿Homocentrismo o Universalismo ?
La dualidad Yo / no-Yo en la psique humana, le ha obligado desde su origen, a mantener una tensión permanente entre sus reflexiones, en términos de Naturaleza (universalismo) y aquellas en términos del ser humano (homocentrismo).
Así, el sistema humano se pregunta desde entonces ¿que es la realidad? y se responde que; o es lo material o es lo animado; con lo cual, automáticamente se coloca en la dinámica científica o en la dinámica metafísica. 
Hoy las fuentes de información más confiables, demuestran que todas las sociedades del mundo antiguo, incluida la griega presocrática, tenían en el hilozoísmo su punto de partida para la reflexión filosófica. En Grecia, sin embargo, la aparición de Aristoteles significó un parteaguas para la filosofía occidental, que la biseccionó, por un lado en la metafísica (filosofía primera) y por el otro, en la filosofía natural (origen de la ciencia “occidental”), netamente homocéntrica.
Paradójicamente, la separación entre ambas se volvió irreconciliable con los romanos a partir de su fusión política concupiscente con la doctrina judeocristiana y que solo podía derivar en lo obvio; el oscurantismo medieval que engendró la iniquidad máxima del homocentrismo occidental, la motivación en el hombre para destruir al hombre. De la escolástica o la “santa” inquisición al capitalismo, la ruta de reflexión occidental ha sido la misma: dominar al ser humano.  
Este alejamiento absoluto de la reflexión universalista, ha sido potenciado tanto por el dogma religioso de “ser imagen y semejanza divina”; como aquel otro por el cual, la Naturaleza (incluidas en buena medida, las sociedades humanas no-occidentales), es entendida no como una categoría superior o al menos equivalente, sino inferior y al servicio del ser humano.  
¿Pamsiquismo o futurología ?
Es innegable la hegemonía de la “ciencia occidental”, como también es innegable su preocupación respecto, no solo a su propio futuro como dinámica cognitiva, sino principalmente a sus efectos en el futuro de la humanidad. Una preocupación que es estudiada desde la futurología y tiene, quizá como máximo exponente académico, al “Future of Humanity Institute” en la universidad de Oxford.
Sin embargo, muchísima más poderosa, es una dinámica “silenciosa” que ocurre en el planeta y que asocio con la dinámica de aprendizaje del sistema mundo (que traté previamente), por la cual, me atrevo a decir que la Naturaleza entera, incluida su especie humana, se encuentra inmersa en un proceso cognitivo restaurador que está resolviendo el desequilibrio creado por la carrera científico-industrial (y que metafóricamente he descrito como, la ecología tomando las riendas de la solución del quiebre). 
Microdinámica en tanto propia de una especie particular (e incluso de una sola cultura dentro de la misma), la futurología es la ciencia a través de la cual el sector científico occidental, está tratando de entender el efecto que produce la complejidad ecológica (la biosfera) en la vida del sistema humano y como determina su contingencia; métodos como el PPPw (posible, probable, preferible) y teorías como la de la evolución, del caos, la relatividad o la general de sistemas, marcan la pauta en sus estudios y predicciones. 
Se trata sin duda de una dinámica netamente homocéntrica y conforme a los cánones de la civilización occidental, particularmente aquellos pro-industriales.
Macrodinámica en tanto propio de la Naturaleza, el pamsiquismo, no está preocupado por entender lo que ya sabe, sino por corregir el desequilibrio. Desde luego en su participación, los núcleos humanos preocupados por el rescate de la biosfera atienden a los argumentos y pronósticos de los futurólogos, no para seguir necesariamente sus conjeturas, sino sobre todo para alertar los impulsos homocéntricos que insistentemente los obnubilan. 
Se trata sin duda de una dinámica que enfrenta el empecinamiento científico-industrial ya sea desafiándolo ecológicamente por ejemplo a través del cambio climático o ya sea socialmente (en términos humanos) a través de la critica que busca, no destruir el racionalismo, sino reencontrarlo con su compromiso teleológico (metafísico) con la biosfera. 
Por lo tanto, está claro que la futurología se reduce a una dinámica occidental académica y pro-industrial que intenta, quizá de manera ingenua, operar como una terapia homeopática global y cultural, que garantice a Occidente, aunque sea diluida, la supervivencia de su civilización. 
También es obvio que la Naturaleza no depende de la “racionalidad” de la especie humana (que solo es contingente) sino por el contrario, ésta se nutre de la Naturaleza que la constituye.  
¿Era psicozoica o noosfera ?
Cognitivamente, ya he dicho que la racionalidad del sistema humano mantiene en tensión permanente su dualidad reflexiva Yo / no-Yo; sin embargo, es obvio que este fenómeno psíquico no aparece en la Naturaleza con el surgimiento del homo sapiens, sino que se trata de un fenómeno evolutivo que apareció con la vida misma en el planeta.
Paradójicamente, la biología que estudia la evolución de la vida, evita tratar el tema y lo relega, sino al olvido, por lo menos al ámbito de la pseudociencia. 
Paradójicamente también, la geología que estudia la evolución de la tierra y reconoce no solo la teoría evolutiva de la vida, sino sobre todo, la interacción que ocurre entre la materia viva y la materia “inerte” para conformar la corteza terrestre; se resiste a reconocer la particular y determinante influencia que tiene sobre dicha corteza, la acción psíquica de la vida.   
Así, resulta claro que el “poder académico” occidental ha eliminado del ámbito científico, cualquier discusión que amenace incorporar o asociar a la Naturaleza, características psíquicas. 
Peor aún, la hegemonía de las curriculas occidentales en la escolarización de todas las sociedades del planeta, ha desplazado en la mayoría de ellas, sus principios hilozoistas fundacionales hacia el terreno de lo primitivo o más grave aún, al de las supercherías que deben combatirse en tanto amenazan la doctrina que soporta la ciencia occidental. 
Sin embargo, esa dinámica cognitiva “silenciosa” de la Naturaleza que he dicho, fortalece el pampsiquismo; ha tenido y tiene en Occidente, algunos de sus más profundos estudiosos; de Lucrecio que sujetaba átomos y vacío a una continua voluntad por reconstituirse materia de Natura, o Paracelso que teorizaba al hombre como un microcosmos, igual que C. Huygens lo haría más tarde con el origen de la vida; llegamos a los contemporáneos de C. Darwin, como E. Haeckel el creador del concepto “ecología” o del “eslabón perdido” y quien era un convencido defensor de la idea de “unicidad” de la naturaleza, o como J. Le Conte quien en la vorágine evolucionista del siglo XIX y la consecuente definición de la escala temporal geológica, proponía la “era psicozoica”, para identificar la era del homo sapiens (que obviamente fue rechazada y su equivalente es la oficial Cenozoica-cuaternaria).
La tesis común en todos ellos sobre una “fuerza vital” que también evoluciona geológicamente, encontró en H. Bergson a uno de sus máximos teóricos, cuyo concepto del “élan vital” fue ampliamente criticado y lo colocó en la lista de autores censurados por el Vaticano; sin embargo, en mi opinión, su mayor aporte reflexivo al pampsiquismo es el concepto de “duración”, con el que claramente explica el conocimiento “ancestral” que emerge ante cualquier experiencia, a partir de la intuición.
No es por eso extraño que el matemático E. Le Roy, su discípulo y sucesor en el Colegio de Francia y la Academia francesa (y también censurado por el Vaticano), acuñara el concepto de la “noósfera”, mismo que tanto P. Teilhard de Chardin como V. Vernadsky desarrollaron como teoría evolutiva.
La teoría sobre la “noósfera” propone básicamente la evolución de la tierra en tres etapas: geosfera, biosfera y noósfera y aunque en su origen fue rechazada e incluso prohibida su difusión por el Vaticano, más tarde el propio J. Ratzinger (Benedicto XVI papa) la exaltó y parafraseando a Teilhard de Chardin, la propuso como el nuevo significado de la reverencia cristiana: “la energía del Universo debe ser una energía pensante, si no ha de ser menos evolucionada que los fines animados por su acción”. 
Por lo tanto, resulta obvio que más allá de esos intereses político-religiosos que abrumados en medio de la crisis multifactorial mundial que vive la humanidad, se esmeran por encontrar acomodo en alguna teoría que sostenga posibilidades metafísicas de control; ese proceso “incomprensible” que es la noósfera dice Vernadsky, “es un fenómeno geológico nuevo en nuestro planeta. En él, por primera vez el Hombre deviene en una fuerza geológica a gran escala. Puede y debe reconstruir la esfera de su vida mediante su trabajo y pensamiento, reconstruirla de forma radical en comparación con el pasado. Se abren ante él posibilidades creativas cada vez más amplias”.




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