III. Orfandad

Como metáfora poética

Orfandad  (Marco Gonzalez, poeta Venezolano *) 
“Dentro de una depresión de hojas secas, transcurre mi vida, buscando respuestas, buscando salida, me ahoga el recuerdo con sus melancolías, me pesan las tardes y las noches frías.
Cansada mi alma, solitaria esta vida, buscando un sofá, para descansar sus costillas, pasan secas las horas, sin aguas mi vida, ¿Qué fue de la luz? ¿Porque tanta tiniebla?, ¿Porque tanto silencio? ¿Porque tanta desidia?
Mi casa desierta, cerrada mi boca, maldita la hora de tanta derrota, memorias perversa, me atormentan la vida, pervertida el alba que se asoma por mi ventana, sabiendo que ya  no existen auroras.
Secos mis labios, el amor añora, mientras solitarias transitan las horas, vulgar es la vida, aquella que añora, el beso dejado, la luz en la aurora, el ocaso es frío y la soledad lo decora,
¿Porque tanta orfandad? En medio de esta vida de sobra, durmiendo y viviendo entre hojas secas y con un reloj sin horas.” 
*(enero 1, 2013 a las 4:17pm POEMAS (Libres o sin formato pre-establecido)
Como paradigma de fracaso
Este es el estado de ánimo que engendra la orfandad, un estado emparentado con aquella frase de J. F Kennedy “...el fracaso es huérfano”; ya que orfandad es paradigma de fracaso y viceversa.
Si bien la palabra “huérfano” refiere a la persona que ha perdido sus padres o alguno de ellos; sus raíces lingüísticas latina e incluso indoeuropea, remontan a un concepto más amplio que la hacen equivalente a otros adjetivos como, “desprovisto” “separado” e incluso “esforzado”; todos ellos relacionados a una misma metáfora social; la de ausencia de apoyo o colaboración.
Esta idea de ausencia de colaboración, es la esencia del fracaso. Y lo es simplemente porque manifiesta la perdida de acoplamiento con el otro; la ruptura del vinculo ontológico, de las condiciones de compromiso social que se supone caracterizan al sistema humano como organismo teleológico. 
Como poder para la sustentabilidad 
El quiebre entonces, consiste en la idea sencilla de “ausencia”; sin embargo, su aparente insignificancia, dispara en el sistema humano, la operación de un motor poderosísimo; el “miedo”. En mi ensayo sobre “la Dirección”, cuando hablé acerca de las emociones orgánicas, distinguí el “miedo” como: “el impulso protector, ante cualquier amenaza. Es el principio de integridad (de permanencia) y caracteriza las conductas que operan para proteger la individualidad, ya sea violentando o rechazando al otro”.
Junto con la tristeza, ambas emociones decía, son las únicas directamente involucradas con la integridad del sistema humano, con su sustentabilidad como tal; de esta manera, cuando emergen en él, significa en primer lugar, que se percibe a si mismo incapaz de gestionar la experiencia que está viviendo y, en segundo lugar, que por lo tanto debe buscar ayuda o colaboración allende la realidad presente en esa experiencia. Así, reacciona impulsando en él estados de ánimo que “dirigen” el diseño y construcción de sus ideas hacia el propio Universo (lo metafísico), entregándole la responsabilidad de gestionar y guiarlo en dicha experiencia. 
Estas ideas “mágicas” en tanto especulaciones sobre como “opera” el Universo, construyen realidades igualmente “mágicas” que se entrelazarán con la realidad objetiva de la experiencia y que producirán en el sistema humano capacidades, si le proveen conocimiento empírico que pueda desarrollar o incapacidades si solo permanecen como ilusiones.
De cualquier manera, ambas posibilidades permiten al sistema humano continuar sus procesos energéticos; simplemente que aquella de la recurrente intervención de “ilusiones”, lo convierte en un sistema que construirá supercherías por las cuales se acostumbrará a delegar la gestión de sus experiencias al Universo; destruyendo veladamente en él su capacidad de ser apto.
Como germen de intolerancia
Esta destrucción de la capacidad para ser apto, es el fracaso. Es la destrucción voluntaria del mecanismo lingüístico por el cual el sistema humano diseña, elige y construye sus realidades. Del mecanismo que lo obliga ontológicamente a relacionarse con su entorno, a acoplarse en él. 
Las conductas he dicho, se manifestarán entonces por dos vías; violentando o rechazando al otro.
Se violenta cuando se agrede, cuando se ejerce una fuerza sobre el otro para raptar en él cualquier manifestación de su energía física o psíquica. Y se rechaza cuando se evita, cuando la fuerza se ejerce sobre uno mismo para inhibir que el otro se acople; que comparta energía física o psíquica.   
Ambas formas de intolerancia, percibida en su contra por cualquier sistema en el entorno, son en realidad defensa conque el entorno enfrenta a dicho sistema, que le representa alguna forma de amenaza.
Esta dinámica que puede ser comprensible si se observa desde la óptica de la biodiversidad; resulta alarmante cuando se observa generalizada como modus-operandi entre individuos de una misma especie, como ocurre actualmente en el caso del sistema humano.
Y es que este modus-operandi, justificado a-priori por el miedo que emerge de la incapacidad para gestionar la experiencia que se vive, implica en realidad que se es incapaz de confiar en los otros que participan en dicha experiencia.
Como restauradora social 
Así emerge entonces, la búsqueda de alguien en quien confiar y paradójicamente, también la oportunidad para el liderazgo. 
Esta búsqueda encuentra como primer punto de contacto a la familia (base de la sociedad), después al maestro, más allá al líder gremial y luego al líder político o el religioso. Entonces, en alguno de ellos el compromiso social se restablece, se asumen las responsabilidades y las obligaciones y, el acoplamiento se hace sustentable.


Por eso, si la experiencia engendra desconfianza, no parece coherente sugerir que es en ella donde puede surgir algún liderazgo. Peor aún, que la escala del compromiso social se pueda satisfacer de arriba hacia bajo.
El trabajo infantil no se resuelve porque el líder religioso o político lo manden, menos aún si además son corruptos. Tampoco la explotación laboral se termina porque el maestro o el líder gremial lo dicten, menos aún si además son también corruptos.      
Entonces, la búsqueda debe dirigirse allende la experiencia, fuera del núcleo social donde está ocurre. Obliga a moverse hacia lo desconocido; a migrar.
Migrar entonces es moverse a través de una esperanza que se retroalimenta permanentemente y permite construir un nuevo núcleo social que encare paradójicamente, en algún momento la misma experiencia, pero desde un nuevo compromiso social. El ciclo social se restaura y con él, la comunidad y la familia    
Como constructora de aptitudes 
Por lo tanto, migrar y orfandad solo son dos caras de una misma moneda y como éstas, su naturaleza es multidimensional. Podemos hablar entonces de orfandad en la dimensión familiar, pero también en la educativa, la laboral, la política o la religiosa y en consecuencia, de sus respectivos horizontes de migración. 
Para entender el concepto, es importante resaltar que una característica principal de la orfandad, es la presión que ejerce sobre la operación del sistema humano, tanto biológica como psíquicamente.
La orfandad biológicamente presiona a la estructura del sistema humano, para enfrentar condiciones deficitarias en términos de energía; es decir, no importa si se trata de orfandad familiar, educativa, laboral o política; el sistema humano enfrentara por ejemplo condiciones; de mala nutrición en el hogar, de mala formación deportiva en la escuela, de extenuantes jornadas laborales o precarias políticas de salud. 
Por el otro lado, psíquicamente lo presiona a enfrentar condiciones deficitarias en términos cognitivos, es decir; nuevamente sin importar la dimensión de orfandad, el sistema humano enfrentará por ejemplo; déficit o abuso del rol de autoridad en el hogar, discriminación escolar, injusticia laboral o represión e intolerancia política.
Por lo tanto, la orfandad produce vulnerabilidad especifica, que allende el miedo, la desconfianza o la migración que he comentado; impulsa el sistema humano al esfuerzo. 
Todos sus procesos se involucran entonces en una dinámica introspectiva de la cual emergen dos grandes conocimientos; su rol-condición en el entorno y sus fortalezas-debilidades. Este fenómeno cognitivo le permite observar y evaluar claramente sus riesgos y en consecuencia lo impulsa a tomar decisiones.
Al hacerlo, simplemente se desafía, compite contra si mismo en un afán por superarse. Independiente a cualquier prejuicio moral, está construyendo aptitudes.



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